jueves, 5 de noviembre de 2009

Instituciones locales para la innovación agraria y el desarrollo del territorio. El caso del Birchip Cropping Group

Por FRANCISCO OBREQUE (Coordinador RED DETE Chile)
A través de una serie de Diálogos regionales durante el 2008, el Consejo Nacional de Innovación para la Competitividad (CNIC) –instancia creada por el Gobierno chileno para asesorar la política de innovación– constató que aún existe una profunda desvinculación entre ciencia y empresa, la que se percibe como una importante restricción para la competitividad de las regiones del país. Coincidentes con este diagnóstico fueron los resultados de los más de 60 talleres que llevó a cabo la Fundación para la Innovación Agraria (FIA) –entidad del Ministerio de Agricultura de Chile– en todo el país para identificar factores limitantes de la competitividad sectorial[1]. La gran mayoría de los productores y las empresas participantes concordaron que, por lo general, la investigación no es relevante para su negocio, se estudian temas distantes de las reales urgencias para la producción y los resultados de los proyectos no llegan al campo.

¿Qué hace que no confluyan los que generan conocimiento y quienes lo necesitan para generar riqueza? Existen, sin duda, variadas causas. Los agricultores reclaman por mejorar el acceso a los resultados de las investigaciones, pero a menudo muestran poca disponibilidad para pagar por ello. Por otra parte, los investigadores esperan lógicamente que se financie la extensión, entonces se genera un círculo vicioso. Además, las tecnologías generadas no siempre son fáciles de llevar a un formato comercializable. Se suman además limitantes relativas a la propiedad intelectual, la falta de financiamiento para la innovación, los métodos de extensión o transferencia de tecnología, entre otros aspectos.

Una comunidad de innovadores

En 1992, un grupo de agricultores del poblado de Birchip (800 personas) en la región de Mallee, Victoria, Australia, tenían preocupaciones similares a las expresadas hoy en día por los productores agrícolas chilenos. Notaban que necesitaban adelantos tecnológicos que les ayudaran a competir y que la investigación realizada en ese y otros lugares de Australia no les reportaba los beneficios que esperaban. Entonces, tras una gira técnica decidieron comenzar autónomamente con una serie de ensayos para encontrar soluciones a sus requerimientos tecnológicos. Poco tiempo después crearon el Birchip Cropping Group (BCG).

El BCG es una organización sin fines de lucro, conformada y dirigida por agricultores de Birchip. Busca contribuir al bienestar de la comunidad agrícola y rural de las regiones de Mallee y Wimmera. Coordina y ejecuta proyectos de investigación según las necesidades y oportunidades locales, en cooperación con empresas privadas y organismos gubernamentales. Adicionalmente, divulga entre los socios aquellos resultados relevantes, tanto de proyectos propios como de otras entidades. Utilizan para ello, entre otros, boletines, alertas de teléfonos móviles y días de campo que convocan al año más de 3500 visitantes. El BCG pone el acento en la prueba y adaptación de tecnologías que irán en beneficio directo de los productores del territorio, como por ejemplo, nuevas maquinarias, agroquímicos, labranza, agricultura de precisión, entre otros, los que son complementados con temas no tecnológicos de interés para la comunidad, como medioambiente o el acercamiento de mujeres y jóvenes a la agricultura. Ofrece, además, servicios en Internet entre los que destaca el Yield Prophet, desarrollado por CSIRO. Esta herramienta para la gestión del riesgo agroclimático consiste en una simulación con un modelo denominado APSIM que permite pronosticar probabilidades de rendimientos de cultivos en base a datos edafoclimáticos de cada potrero y datos estadísticos de rendimientos históricos. La información generada es ampliamente usada por los agricultores para tomar decisiones durante la temporada de cultivo, maximizando rendimientos en años con buen nivel de precipitaciones y minimizando costos en años más secos.

Con 500 socios, 50 sponsors, un presupuesto de unos 2 millones de dólares australianos y un staff altamente calificado de 20 personas, el BCG es en la actualidad en Victoria un referente para la promoción de la innovación agraria y el desarrollo del territorio. Es un verdadero puente entre el conocimiento y el negocio, un intérprete entre los más prestigiosos investigadores y los agricultores.

Desafíos para la nueva década

El caso del BCG hace pensar que la ausencia de vasos comunicantes entre ciencia y empresa en Chile se puede superar, en parte, a través de instituciones que cumplan la función estratégica de vincular agentes. Pueden ser perfectamente entidades privadas (o quizás deben serlo). Tanto mejor, si éstas nacen de las relaciones de confianza y reciprocidad de los agricultores y las empresas, como también de su proactividad. De ser así, no es difícil que estas instituciones se transformen en motores del desarrollo económico del territorio local, como lo ha hecho el BCG.

En Chile, no se parte de cero. Están, por ejemplo, los Centros de Gestión, los Grupos de Transferencia Tecnológica –aunque sin conformación de una entidad propiamente tal– e incluso las Organizaciones de Usuarios del Agua. A otros niveles, se encuentran los Consorcios Tecnológicos. Todas ellas tienen un gran potencial para acercar la investigación al negocio agrícola y contribuir a la generación, difusión y adopción de innovaciones.

La nueva década plantea grandes desafíos para el sector agroalimentario y los territorios locales. Encararlos, es tarea tanto de las políticas públicas como de los agentes privados. En la innovación, la creación, el apoyo y la consolidación de instituciones y redes de colaboración deberán pasar a tener un lugar más central que el que han tenido a la fecha.

[1] Estos talleres se realizaron en el marco de la formulación de agendas regionales de innovación agraria (publicación en proceso).

1 comentario:

Oscar Madoery dijo...

Francisco, con cierto retraso envío un comentario a tu interesante artículo. Acuerdo contigo en la necesidad de contar en América Latina con agentes que vinculen ciencia y empresa y ése es uno de nuestros mayores desafíos. Nuestros países tienen, en comparación con aquellos con mayores niveles de desarrollo económico, un menor porcentaje en actividades de I+D tanto en los presupuestos públicos como en aportes privados. Pero otro déficit importante, no siempre señalado, es la falta de vasos comunicantes entre universidad y empresa. Este creo que es uno de los mayores desafíos de las políticas territoriales, porque ese acercamiento se tiene que producir a partir de cuestiones concretas de cada región. En Argentina se ha lanzado este año un programa para inducir a las universidades a crear programas de gestores tecnológicos que puedan interpretar tanto las lógicas de la empresa como la de los grupos de investigación y generar puntos de contactos específicos.
Desde la Red DETE ALC tenemos que estar atentos a estos procesos y ver cómo podemos aportar. Te invito a que mantengas vivo este eje de discusión en nuestra red.